martes, 6 de marzo de 2012

Cuaresma 2012

Tema 1. La Reconciliación de la Familia

La familia, el primer espacio en el que la persona humana se va forjando, es un ámbito fundamental. La familia es la célula primera y vital de la sociedad, de la familia nacen los ciudadanos y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad.

Así pues, necesitamos promover familias más reconciliadas en cuyo seno crezcan esas mujeres y esos hombres más plenos que nuestro país y la Iglesia necesitan.

Vivimos una triste situación de desencuentros y rupturas en el seno de las familias. El influjo de los antivalores propagados por los medios de comunicación y redes sociales, ciertos proyectos educativos en las escuelas, los regímenes legales que justifican y animan a la desintegración del vínculo conyugal.

Uno de los problemas principales que impiden el pleno desarrollo de la familia sin duda, la violencia en el matrimonio y la misma familia. Y es que la violencia en la familia, al proceder de uno de sus miembros en contra de otro u otros, la daña “desde dentro” en su ser más íntimo. Es por eso que junto con esas experiencias se generan desconfianzas y cuentas pendientes, el temor y la culpa, y no poco dolor y sufrimiento, experiencias que ponen a dura prueba la realidad familiar.

Desde la fe de la Iglesia sabemos que la vida plena de la persona, creada por Dios por amor y para el amor, se consigue con la apertura a la gracia, que es vida divina derramada por el Espíritu Santo, en quien ha sido por la fe y el bautismo incorporado en el Pueblo de Dios. Jesucristo nos rescata de la esclavitud del pecado, y la gracia de su obra nos abre nos conduce a la plena configuración con Él, quien es el modelo de la vida humana plena, y a la participación de la misma vida de Dios, comunión de amor. Tras la amistad primera con Dios y la ruptura del pecado original, el ser humano padece otras tantas rupturas en su relación consigo mismo, con los demás y con la creación. Ante esta situación de necesidad y postración Dios determinó reconciliarnos con Él, libremente y por puro amor, y envió a su Hijo (Jn 3, 16; Col 1, 20). Con su Muerte, Resurrección y Ascensión, Jesucristo ha culminado esa obra de reconciliación con el Padre. Desde esa reconciliación fundamental que es la renovada amistad con el Señor, se desprenden también la de las restantes relaciones de la persona humana. La reconciliación ya realizada debe ser apropiada por cada miembro de la Iglesia en su vida cotidiana y ser anunciada y aplicada en el mundo.

Al hablar de reconciliación en la familia no es sólo un acuerdo de buena voluntad entre dos partes, sino que indica que Dios mismo nos vuelve a su amistad para indicarnos cómo debemos desplegar nuestro ser persona, cómo vivir nuestras relaciones con las otras personas tras las huellas de Jesucristo. Ante la desintegración familiar, se trata de oponernos todos con una conversión de la mente y del corazón, siguiendo a Cristo Crucificado en la renuncia al propio egoísmo, se pide una conversión permanente que exija alejamiento interior de todo mal y adhesión al bien en su plenitud. Integrar los dones de Dios y la exigencia de su amor definitivo y absoluto en toda vida personal, familiar y social.

La reconciliación de la familia es recuperar la concordia y la amistad con Dios, con uno mismo, con todos los miembros de la familia, con los demás y con la creación. De esto forma parte, primero “la capacidad de reconocer la culpa y pedir perdón: a Dios y al otro”; segundo, “la disponibilidad a la penitencia, la disponibilidad para sufrir hasta el fondo por una culpa y para dejarse transformar” y tercero, la gratitud, es decir “la disponibilidad de ir más allá de los necesario, a no pedir cuentas”. Todo esto lo hizo primero Jesús en la cruz.
Son muchos los problemas que se solucionarían en la familia si fuéramos capaces de dialogar, de comprendernos, de escucharnos, de ponernos en el lugar del otro. Si fuéramos capaces de pedir perdón o si realmente aceptáramos el arrepentimiento de los demás.

El perdón y la reconciliación son términos con significados diferentes pero que se complementan mutuamente.

Con el perdón pretendemos deshacernos del sentimiento de culpa, mientras que con la reconciliación buscamos la calma, la paz, el sosiego, pretendemos recuperar, tanto con nosotros como con los demás aquello que perdimos como consecuencia del daño que hicimos. Cuando perdonamos y nos reconciliamos recuperamos la calma, nos quitamos un peso de encima que nos alivia y nos devuelve la paz. La reconciliación no es un acto de olvido, sino una actitud generosa que contiene una fuerte dosis de perdón.

La familia como “Iglesia doméstica” es comunidad privilegiada para formar la conciencia y animar a las familias a estrecharse en un brazo fraterno de perdón, de respeto mutuo, de diálogo y reconciliación, cultivando en sus relaciones interpersonales, cada uno en el rol que le compete dentro de esta vida de comunión, la comunicación que se convierte en un perfecto diálogo, rompiendo las barreras de la falta de encuentro, de afrontar cristianamente, por el mandamiento nuevo del AMOR, la aceptación mutua, sobrellevándose mutuamente los unos a los otros, inundados del Amor de Dios en su vidas.

Reflexión
¿Disculpamos a los demás así como esperamos que ellos nos disculpen?

¿Qué rencores hay en nuestra familia?

¿Hemos tenido alguna vez en nuestra vida la experiencia de haber perdonado algo grave que nos hicieron? ¿cómo nos hemos sentido después de haber perdonado?

¿En qué se nota que se ha debilitado la relación dentro de la familia en la sociedad actual?

Dialogar con los hijos sobre todo lo positivo de la relación entre padres e hijos; y también sobre aquellos temas que pueden o han generado heridas, y la capacidad de perdonarnos de corazón.































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